Cuando niño, habité un barrio que en aquel entonces odiaba(barrio popular, clase baja, vecindades), mismo que hoy me llena de orgullo. Mis raíces están ahí. En casa había un colchón muy viejo, de toda la vida. Por alguna causa, tenía aberturas que dejaban escapar el material con el cual estaba relleno: algo parecido al algodón. Recuerdo que extraía parte de ese material, mismo que "liaba" en una hoja de papel bond. Con un cerillo, encendía uno de sus extremos y soplaba - nunca aspiré el humo - y me llenaba de satisfacción saber que a mi manera, fumaba.
Cuando llegaron los días de adolescencia, inevitablemente, el tabaco se acercó a mi. Nadie me lo dijo, o no lo recuerdo de manera consciente, pero sabía que era malo fumar.
Una de mis primeras experiencias con cigarros de verdad (cigarrillos en realidad, pero aquí a los cigarrillos les llamamos cigarros, y a los cigarros, puros) fue con uno de la marca - creo que hoy ha desaparecido - Raleigh. Envoltura amarillo sucio, letreros en café o en rojo. Me dieron uno de ellos, lo encendí con dificultades (la presión social es cabrona), y aspiré, sin dejar que el aire entrara a mis pulmones. Pensé - y lo sigo pensando, luego de tantos años - que ese tabaco estaba podrido. El sabor era horrible; el olor, a persona vieja y sucia. Di un par más de aspiradas, y lo tiré. El sabor que dejó en la parte posterior de mi lengua era horrible, tanto que escupí varias veces, sin lograr eliminarlo. Tuve que hacer buches de agua, para que me abandonara esa horrible sensación. Mis dedos quedaron con el hedor del tabaco. Un hedor que picaba mi nariz y llegaba hasta mi garganta, que comenzaba a doler. (1)
Hubo ocasiones en que iba al club de ajedrez (cuando fumar no estaba prohibido en sitios públicos), o simplemente en días fríos alguien pasaba a mi lado con un cigarrillo encendido, y el olor del tabaco quemándose simplemente era encantador, lo que me llevaba a pensar: try again! Sin embargo la sensación volvía a ser la misma: ardor de garganta, sabor insoportable, hedor en los dedos. Probé las peores marcas desde mi punto de vista: los famosos Marlboro rojos, Marlboro lights, Del Prado, Camel. Los que eran pasables (no hacían padecer mi lengua) eran los Benson mentolados. Pero todo mundo decía que eran de nenas (2). Así que era muy vergonzoso sacarlos para encenderlos, y optaba por no usarlos.
Tiempo después, llegué a probar los cigarrillos más chafas que se podían comprar: Alitas, Faros y Delicados sin filtro. Con ellos, afloró mi paladar de naquete de barrio, y estos tabacos no me dejaban esa sensación desagradable, aunque seguí sin disfrutarlos. Me parecía - hoy sigo convencido de ello - un vicio inútil. Gastar el dinero. A la pregunta: "¿Fumas?", mi respuesta era. "Claro". "¿Cuántas cajetillas diarias?" Como una cada año. "¡Cada año!" Sí. "Eso no es fumar", a lo que me encogía de hombros.
Un periodo de mi vida (años 2010-2015) compraba a inicios del año, una cajetilla de Faros (los Alitas han desaparecido en este lado del mundo) y trataba de fumar por lo menos uno cada mes. No lo conseguí, y hubo años que terminé con más de dos unidades al finalizar el año (las cajetillas de Faros contienen 14 de ellos)
Hasta ahí, por el momento, mi historia con los cigarrillos y mi relación con el tabaco.
Guardian Urbano del Picietl
(1). Durante gran parte de mi niñz, el dolor de garganta me acompañó. En ocasiones dos veces por mes, lo padecí.
(2). Sin duda un comentario machista el día de hoy. Sin embargo, en ese tiempo no era mal visto este lenguaje, mismo que repito hoy porque así sucedió en ese contexto. Ofrezco una disculpa si alguien se ofende por este escrito.
La verdad eso de machista no tiene nada, asi es. Esta sociedad se espanta con todo.
ResponderBorrarEs machista, pues NADIE tiene porque juzgar tus gustos. Excelente relato, me gustó. ¡Saludos!
ResponderBorrar